¿Cuál es el límite humano entre deportista estrella y deportista producto?

A los 23 años y gracias a su excelsa habilidad para jugar fútbol, James Rodríguez ha conseguido la tarjeta de entrada al exclusivo y ortodoxo club de los afamados mediáticos. Un lugar en el que para mantener el estatus de miembro de honor deberá convencer y adaptarse a los modos, formas y exigencia de una ‘horda’ que privilegia la renta sobre la condición humana, círculo al que infortunadamente pertenezco por el trabajo de ganarme la vida practicando el oficio de Vestir para Persuadir. Quiero decir, marketing, un oficio que tiene por norma convertir lo natural en un artículo de consumo valorado por los momentos, los gestos y los tiempos de la vida productiva de aquellos que por sus condiciones atléticas innatas penetran en los estados emocionales de las nuevas sociedades de consumo.
Infortunadamente, el negocio de la utilidad de un deportista – producto como James Rodríguez (Real Madrid) o Lionel Messi (Barcelona) se mide por la productividad que fija el insaciable indicador rendimiento desde la ‘proporcionalidad entre el brillo de su talento natural en los estadios y la visibilidad mediática de sus gestas’. La cadena de producción se activa cuando el marketing transforma cada aptitud de su trabajo en un conjunto ordenado de mensajes persuasivos para rentar reconocimiento de marca y respuestas de consumo.
Este modelo de negocio hace parte de la libertad mercantil que gozan los sistemas productivos del entretenimiento. Las empresas Real Madrid y Barcelona transforman el juego de 90 minutos del fútbol en un producto de alto consumo en y fuera de sus estadios. Para rentarlo, fichan la mejor materia prima del mercado (jugadores). Modernizan sus fábricas de producción (Santiago Bernabéu y Camp Nou). Y en comunión con los inversores de patrocinio, diseñan líneas de productos y servicios para consumo en cualquier rincón de los cinco continentes.
Pero esta libertad de comercio debería incluir una política de Responsabilidad Social Corporativa centrada en el respetuoso cuidado del pulmón que bombea el oxígeno al corazón del negocio: LOS JUGADORES…los Messi, los James, los Cristianos…+. Entonces ¿cuál es el límite humano entre deportista – estrella y deportista – producto?Difícil de responder. Pero como gestor de la comunicación comercial en este campo, tengo la obligación de adoptar una posición: “Sería congruente que todos los sistemas productivos de la cadena beneficiaria: clubes, patrocinadores, agentes, medios, gobiernos…+ acepten y respeten que los jugadores son seres humanos dotados de habilidades excepcionales para ejercitar el fútbol y no máquinas expuestas al sacrificio para cumplir con las extenuantes agendas mediáticas que solo merman sus condiciones físicas, y que de paso, robotizan su producción, al punto de nublar la alegría de la esencia de su naturaleza cualificada: disfrutar y hacer disfrutar el juego”.
Esta horda de intereses comerciales integrada por presidentes de clubes, directores de marketing, agentes, gerentes de producto, gerentes de marca, periodistas y representantes de organizaciones benéficas convierten al jugador en una máquina que deberá actuar de acuerdo con las ordenes que le almacenan en su chip: “para ser el mejor entre los mejores, siempre luzca ante las luces, los flashes, los autógrafos y las cámaras de televisión como un como modelo persuasivo”.
Que dolor sentirían los consumidores del fútbol alegre ‘ver en algunos años la sonrisa y el disfrute de James Rodríguez por el juego’ transformadas en ‘la tristeza, la incomodidad y el cansancio físico’ que nos enseña la foto del hasta ahora calificado el mejor jugador del fútbol del mundo, Lionel Messi’, en su sacrificio para cumplir con el más y más que los directorios de marketing de los patrocinadores, su familia, el fisco español y las tesorerías del Barcelona FC y la AFA le exigen para mantener incólume su estatus productivo en el exclusivo y ortodoxo club de los afamados mediáticos en el que para mantenerse como miembro activo deberá complacer los modos, formas y exigencia de una ‘horda’ que privilegia la renta sobre la condición humana