
Un choque que se decidió en los últimos segundos por obra y
gracia de LeBron y que terminó con una de las imágenes más crueles que nos
puede dejar el deporte de la canasta. La instantánea de un Tim Duncan abatido,
a sabiendas de que un fallo suyo, en uno de esos tiros que se ha hartado de
meter durante su larga carrera, privaba a estos Spurs de un quinto anillo con
el que cerrar un círculo glorioso. Son las dos caras del deporte. El triunfador
y el derrotado. La alegría y la tristeza. Y nadie mejor que las dos estrella de
ambos equipos para personificarlo. Dos jugadores de otra galaxia que
sostuvieron a sus equipos en todo momento y que merecían el mismo premio. Pero
el deporte es inmisericorde y sólo puede haber un ganador.
Y en este caso fue LeBron. El jugador que domina con puño de
hierro la NBA desde que el propio Duncan le pidiera una prórroga en 2007. Pero
'El Rey' no da segundas oportunidades, por mucho que respeta a su rival. Y eso
que a James le costó entrar en calor. Parecía como si le pesase la responsabilidad
que sobre él recaía. Todo lo contrario que a Duncan. Al veterano ala-pívot
parecía que no le había afectado la dolorosa derrota sufrida en el sexto envite
y entró enchufado al que puede haber sido su último partido en unas Finales. La
mejor prueba, los tres robos en los primeros minutos de choque y que hasta le
permitieron culminar una contra como si de un jovén recién salido del draft se
tratase. Ya se sabe, la piscina de 'Cocoon' o la fuente de la eterna juventud
de los Spurs.
Los tejanos demostraron ser más equipo que los Heat en los
compases iniciales. Una máquina engrasada en la que todos los engranajes
funcionan sin chirriar. ¿Todos? No. Danny Green, candidato a MVP de las Finales
hasta el séptimo partido desapareció del mapa sin dejar ni rastro del histórico
triplista que había puesto en órbita a los Spurs durante la serie. Por contra,
los Heat sacaron a relucir sus individualidades para compensar la falta de
juego en equipo que muchas veces lastra a los de Spoelstra. LeBron, Wade y un invitado
de última hora como Shane Battier, daban la vuelta a la tortilla mientras los
Heat comenzaban a dar los primeros signos de vida en el choque. Fue el más
veterano de los tres el que hizo las veces de desfibrilador y a base de
descargas desde más allá del arco devolvió el latido de los Heat. Battier
terminaría el choque entrando en la historia como el jugador con más triples
anotados en un séptimo partido de unas Finales con seis triples de ocho
intentos.
Fue una señal de que los Heat no estaban por la labor de
volver a pasar por lo ocurrido en 2011 delante de su público. LeBron, poco a
poco, se iba convirtiendo en un martillo pilón que golpeaba en la línea de
flotación de los tejanos, a pesar de los esfuerzos de Leonard. Un jugador, por
cierto, que con apenas dos años de experiencia en la Liga se ha convertido en
uno de los grandes triunfadores de esta final y que en el séptimo partido
refrendó tal condición con su defensa, sus puntos, sus rebotes y, sobre todo,
con su corazón. Un alma que no le dejó darse por vencido en ningún momento del
choque y que llevó, junto a Duncan y a Ginóbili, la esperanza a los aficionados
de San Antonio.
Sin embargo, LeBron demostró no tener piedad y poco a poco
se fue haciendo el amo de un choque sin dueño. Sobre todo gracias a las
facilidades que Popovich le dio en defensa. El veterano entrenador de los Spurs
dio la orden a sus chicos de flotar a LeBron en los lanzamientos exteriores.
Mala idea. El alero de Akron aprovechó esta circunstancia para bombardear desde
la lejanía el aro tejano, demostrando que no sólo sabe jugar a pocos metros del
aro rival. James probó ante los millones de ojos que tenía clavados que ha
aumentado su arsenal y que lo que antes podía suponer una ventaja para el
rival, ahora se ha convertido en un arma más dentro de su interminable
polvorín.
En estas llegaba el descanso. El espectáculo mayúsculo de la
cancha se reflejaba en un marcador igualado al final del segundo cuarto (46-44
para los tejanos). Las espadas se mantenían en todo lo alto y los Heat no
dejaban despegarse a unos Spurs en los que Duncan aprovechaba la presencia de
Bosh en pista para hacer daño en la pintura de los Heat. El tercer vértice del
triángulo de los de Florida dejaba cojo al 'Big Three' y tenía que ser Chris
Andersen quien enmendase los errores de su compañero. 'Birdman' ha sido otro de
los jugadores que ha salido fortalecido de este anillo, gracias a su intensidad
defensiva y a su capacidad de contagiar su energía y su trabajo al resto. Sobre
todo en partidos como el que cerró la serie, en el que actores como Bosh o
Allen desaparecían sin dejar ni rastro. Mientras, LeBron, a lo suyo.
Pero si Miami contaba con poca aportación de gente en cuya
camiseta no pusiese el nombre de James, Wade o Battier, en los Spurs tampoco
iban mejor las cosas. Parker no tuvo su noche más inspirada y por ahí se puede
explicar por qué los Spurs no están ahora de fiesta y sí lo celebran en las
calles de Miami. El galo firmó un pobre 3 de 12 en tiros de campo y encabezó la
lista de desaparecidos en el equipo de Popovich. Sólo Duncan, Ginóbili y
Leonard eran capaces de hacer frente a James en lo que a producción ofensiva se
refiere. Algún triple a la remanguillé de Neal que se combatía con una canasta
sobre la bocina de Chalmers. Pero no era la noche de los secundarios. Salvo que
te llamaras Leonard o Battier.
Sin darse cuenta los rivales habían consumido 36 minutos
(72-71 para los Heat) y tras más de 1.000 partidos en la temporada, todo se iba
a decidir en los últimos 12 minutos de la temporada. No daba para más. Todo o
nada en un cuarto en el que LeBron y Wade, sin parecer que estaban, fueron
abriendo una pequeña brecha en el marcador hasta llegar a los seis puntos como
máxima renta (83-77). Una ventaja que parecía casi definitiva para los de
Florida. Sobre todo porque estaban más frescos, sobre todo en lo que a ideas se
refiere. Sin embargo, si hay un equipo en la NBA al que no se le puede dar por
muerto y que lleva la competitividad hasta el extremo, esos son los Spurs. Así,
cuando todo parecía perdido, los de Popovich volvieron a nacer.
Lo hicieron gracias a un triple de Ginóbili, a un 2+1 de
Duncan y a un triple de Leonard que ponía a los tejanos a sólo dos puntos de
sus rivales. Fue una bocanada de aire para los Spurs, la penúltima brazada
antes de llegar a la orilla. Sin embargo, ahí iban a morir los tejanos. Máxime
tras una jugada en la que Duncan falló un gancho de esos que lleva metiendo 16
temporadas. Para colmo, el eterno ala-pívot marró también su propio rebote ante
su desesperación. Duncan sabía que aquello era el fin.
Sobre todo, porque enfrente estaba LeBron. El joven al que
seis años antes le pidió una prórroga tras vencerle en las Finales y que en
esta ocasión no se la iba a conceder. Con un lanzamiento de dos y dos tiros
libres, James certificaba la hegemonía de estos Heat en la NBA, conquistando el
segundo anillo de su carrera. Era el apoteosis. El culmen de un partido
vibrante que concluyó certificando que, hoy por hoy, la NBA sólo tiene un dueño
y responde al nombre de LeBron Raymone James. Un rey que ya tiene corona y cuyo
reinado planea largo sobre el baloncesto estadounidense. Como ha hecho su rival
en esta serie en otra época y como han hecho esos grandes jugadores que siempre
eran mejores que él en las comparativas históricas. Hasta ahora.
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