El Deporte es Malo

Dicen que uno no recuerda días sino momentos. Yo recuerdo vívidamente el momento en el que entendí por primera vez por qué el deporte organizado, competitivo, es odioso. Y es esa revelación lo que quiero usar como piedra de toque para algunas de las observaciones sobre la naturaleza del deporte competitivo organizado, y sus consecuencias morales, culturales y políticas.


Mi hijo mayor y yo regresábamos de un partido de cricket. Nos habíamos levantado temprano en ese lluvioso día que pasamos esperando a que se pudiera jugar.

Finalmente le tocó el turno a mi hijo a las 19:00, en medio de nubarrones de lluvia y desolación.


Pronto perdió y salió de la cancha. El camino a casa fue largo. Un chico de 11 años había defraudado a su equipo, a su padre y, por encima de todo, a sí mismo, pues su personalidad no estuvo a la altura de su talento.

Por supuesto, hubo muchos cientos de fracasos por venir y saborear, pero el deporte está lleno de ellos. Fracaso sin desastre. Buen fracaso; el fracaso como consecuencia de apuntar alto; el fracaso como una oportunidad de mejorar la próxima vez. Fracaso como oportunidad de trascender el hecho del fracaso.


Guerra con o sin tiros

Debido a que hay más fracaso que éxito en el deporte, los adultos lo consideran "bueno para el desarrollo personal". Pero el deporte es guerra: se trata de la pérdida tanto como de la ganancia. Según Orwell, el deporte serio no tiene nada que ver con el juego limpio.El bateador, como escribió Mike Brearley, es como un soldado: enfrenta una especie de muerte a diario.


Los victorianos del Imperio necesitaban estos juegos. En nuestra era, el deporte no es visto como una preparación para la guerra, sino como su sucedáneo. Es por ello que abreviamos lo que dijo George Orwell en su ensayo clic"El espíritu deportivo"sobre el tema.


"El deporte", escribió en 1945, "es guerra sin tiros". Pocos se molestan en citar el pasaje que precede a esa frase. "El deporte serio no tiene nada que ver con el juego limpio. Está inextricablemente ligado al odio, la envida, la fanfarronería, el desprecio a las reglas y el placer sádico de presenciar escenas violentas".


El deporte es así. Rico en triunfalismo, desprecio y orgullo, en el amor al poder y a la dominación. Y tiene otra cosa en común con la guerra. Es una suma cero: lo que uno gana, el otro pierde. Hay sorpresivamente pocas actividades así. De hecho, el único otro ejemplo en el que puedo pensar son las transacciones en los mercados financieros.


En un intercambio financiero exitoso, el tamaño de las ganancias de una parte es exactamente equivalente y opuesto al tamaño de las pérdidas de la otra.


Una bella derrota

Claro que a algunos les parece que en el deporte la suma es positiva: un placer estético semejante al que producen las grandes obras de arte o literatura. El movimiento en sí es bello. El placer del esfuerzo recompensado; el dominio de una habilidad; la euforia de la velocidad; la emoción del peligro superado; la unión de la mente y el cuerpo; la unidad del cuerpo y la naturaleza.


Puede ser bello ver a otro ser humano correr rápido, saltar alto, lanzar rápido o golpear una pelota exquisitamente. La cinética es estética. "El deporte tiene que ser bello para ser disfrutado", me dijo mi hijo un día mientras veía a Roger Fereder jugar tenis. "¿Por qué otra razón apoyaría yo al Arsenal?".


Pero incluso él prefiere una horrible victoria a una bella derrota. Lo que Douglas MacArthur dijo de la guerra es cierto también para el deporte: no hay sustituto para la victoria.


En el deporte, son los puntos, no la poesía, lo que cuenta. Nadie recuerda, como los aficionados suelen apuntar, cómo ganaste. Es por ello que el campo de deporte es moralmente tan vacío como el campo de batalla.


Escuelas de inmoralidad

Poco de lo que se ve en la cancha es ejemplar. Cada vez que los jugadores salen a una cancha a jugar, contradicen el postulado de que el deporte es un buen forjador de carácter. No obstante, ningún credo es más persistente que la idea de que el deporte puede sacarle lo mejor a la gente.


Adoptado por el fundador del Comité Internacional Olímpico, Pierre de Coubertin, y Jules Rimet, de la FIFA, es este dogma el que nos ha traído esos festivales de la hipocresía y ambición conocidos como los Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol. Hasta donde entiendo, la razón por la cual algunas personas están en el comité organizador de las olimpiadas no es para participar sino para sacar tajada.


Ni los Juegos Olímpicos ni el Mundial de Fútbol son escuelas de moralidad. Para el autor, tanto las Olimpiadas como el Mundial de Fútbol son festivales de hipocresía y ambición. En el campo de los sueños, como lo llaman, no faltan los tirones de camisas, los cabezazos ni los intentos histriónicos de anotar engañando al árbitro, además de la pretenciosa moralización sobre el uso de sustancias dopantes.


Con demasiada frecuencia, los torneos deportivos incluyen alguna combinación de insultos, gritos, puños, miradas amenazantes, gruñidos o violencia abierta. Si el deporte estuviera realmente mejorando el carácter moral de los jugadores, no sería necesario dotar a los funcionarios con la tecnología de vídeo cada vez más sofisticada para verificar que no están haciendo trampa.


¿Qué honor puede haber en este tipo de actividades, en las que nada ni nadie es tratado con respeto?


Pan y circo

El deporte no forja el carácter. En el mejor de los casos, lo traiciona. El carácter moral del público también sufre. En el peor, lo corrompe. Como Orwell también observó en su ensayo, no son sólo los jugadores los que se corrompen. También los espectadores. El deporte es la división. Son Ellos contra Nosotros. Se demoniza a los opositores Y erosiona el carácter moral de sus seguidores.


Lo que Séneca escribió sobre un día en Juegos es tan cierto hoy de una tarde en un partido de fútbol. "Nada", escribió, "es tan perjudicial para el buen carácter como el hábito de holgazanear en los juegos, porque es entonces que el vicio se cuela sutilmente en la avenida de placer. ¿Qué crees que quiero decir? Quiero decir que vuelvo a casa más codicioso, más ambicioso, más voluptuoso y aún más cruel e inhumano, porque he estado entre los seres humanos". La democracia moderna ha redescubierto lo que los emperadores sabían: los espectáculos grotescos garantizan la inactividad de las masas.


El deporte proporciona los circos en esta versión moderna de pan y circo, parte de los medios -como la música popular- con lo que las autoridades nos infantilizan. El deporte es el pan y circo de nuestra época, con el que permanecemos en una eterna infancia. Ningún fanático de los deportes realmente se torna jamas en adulto. Y el predominio cultural del mundo de fantasía en el que ellos habitan nos mantiene a todos en un estado de infancia permanente.


El deporte ha invadido todos los rincones de nuestras vidas. En casa la otra noche, viendo Invictus, la película de Clint Eastwood sobre la Copa del Mundo de Rugby de 1995, me acordé de que un líder no tiene que ser Adolf Hitler para entender el poder de la metáfora del deporte de competición organizado.


De hecho, cuando escucho a los miembros de mi familia, amigos y extraños hablar de los héroes deportivos como si se tratara de amigos personales; cuando los veo chequeando obsesivamente los resultados o desesperados buscando entradas para los eventos en los Juegos Olímpicos de Londres, no puedo dejar de pensar en ese suave despotismo que De Tocqueville previó en la democracia, por el cual el saciar de nuestras almas con pequeños y banales placeres circunscribe el ámbito de la razón y alivia las preocupaciones, mientras que el tiempo y la ley paulatinamente devoran nuestros bienes, nuestra vida y nuestra libertad.


Dominic Hobson

BBCMUNDO